Aún poniendo en duda la supuesta capacidad artística de Ai Weiwei su libertad y humanidad están por encima de toda duda. Y claro, vivimos en un mundo donde sólo salen a flote las aptitudes que generan dinero, fama y parecidos. Unos buenos pechos, como unos rasgos faciales acertados, superarán con creces a la mejor alma caritativa. Culos antes que cerebros, goles antes que libros, interpretaciones por delante de las realidades.
Ai Weiwei, acosado, secuestrado, chantajeado y encarcelado por el gobierno del Partido Comunista, fue puesto en semi-libertad –debía estar en Pekín sin poder salir del país, vigilado las veinticuatro horas del día y sin acceso a internet- a cambio de que no concediera entrevistas ni apareciera por los foros sociales. Pues bien, acaba de hacer aparición el bueno de Ai denunciando torturas y detenciones ilegales. Muy probablemente mientras escribo estas líneas se lo estarán llevando de nuevo a una celda. Y demos gracias a que sea así ya que si urdieran los del PCCh algún plan alternativo bien podría aparecer muerto esta misma tarde por un infarto de miocardio. O lo que ellos eligieran.
Ai Weiwei ha denunciado las detenciones ilegales del diseñador Liu Zhenggang, la de su contable Hu Mingfen, la del periodista Wen Tao, y la del primo y chófer del artista chino Zhang Jinsong. De estas dos últimas personas, el periodista y su familiar, ya di buena cuenta hace meses en este mismo espacio.
Mientras Ai Weiwei demuestra una humanidad a raudales hipotecando su futuro vital, pleno de dinero y tiempo libre, para luchar contra las injusticias, otros casos me llenan la cabeza de odio. Primer ejemplo: la del abandono del niño de año y dos meses tras haberle salido una rara enfermedad que le desfiguraba la cara. Dejado en la cuneta de una carretera –como hacen algunos desgraciados ibéricos con sus perros- con poco más de diez euros en el bolsillo. De sus padres o familiares no se sabe nada. Que menudo peso se han quitado de encima.
Segundo ejemplo: en Wuhan, ciudad que visité, de varios millones de habitantes, con su centro económico, sus hotelazos y su aeropuerto, un médico retiró los puntos recién cosidos a un paciente que se había seccionado parte de una mano trabajando. Tras la operación, y al no poder hacer frente al montante total –disponía de mil yuanes y la cuenta ascendía a 1.800- el doctor, ni corto ni perezoso, le volvió a meter en el quirófano donde le volvió a abrir la herida.
De todos los problemas que China genera el que más me preocupa, que es el que realmente vengo denunciando desde hace años, es la absoluta falta de humanidad de la inmensa mayoría de sus habitantes. Sin contar la flagrante corrupción, la imperdonable pérdida de libertades, los monigotes de los medios de comunicación, o el bajísimo nivel del pueblo a la hora de no sólo crear, sino razonar, me quedo abrumado con los malos tratos de los unos contra los otros, con los desgraciados que ponen productos químicos en la leche de los bebés, con los taxistas que no te devuelven el cambio, con las señoras que resbalan en la acera y allí se quedarán hasta que por sí mismas se levanten. En el tráfico, nadie se cede el paso, como en el ascensor; se fuma en los hospitales y la mierda acumulada no afecta a nadie.
Pongamos atención: en el país que quiere dominar el mundo los que tienen la vida resuelta y luchan por las libertades son encarcelados; sin embargo, el pueblo llano actúa como lo hacen sus gestores: retirando los puntos de sutura al que no puede pagar el hospital, y abandonando a un niño en un semáforo por una deformidad facial. Avisados estamos.